Gobierno situado: habitar
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16 enero, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Escucho el viento
y me pregunto por
las bendiciones
nacidas del encierro.
¿La necesidad de irse?
¿El deseo de llegar?
Eso es parte del poema de Mark Strand The Room. Las últimas dos líneas las cita Herman Hertzberger en su libro Space and the Architect: Lessons in Architecture 2, publicado en el año 2000. En una nota al final del libro —donde incluye el poema completo— Hertzberger explica que ese poema fue leído en la cremación de Aldo van Eyck por uno de sus nietos, el 16 de enero de 1999, dos días después de su muerte. Hertzberger le dedica el libro a van Eyck, con otro poema de Strand a modo de epígrafe:
La luz consume la silla,
absorbiendo su vacío,
y se tragará a sí misma
y liberará la oscuridad
que volverá a llenar la silla.
Yo ya me habré ido,
Tú dirás que estás aquí.
Van Eyck nació catorce años antes que Hertzberger —aquél en 1918, éste en 1932. Francis Strauven explica que van Eyck “se dedicó durante toda su carrera a explorar y relacionar opuestos como pasado y presente, clásico y moderno, arcaico y vanguardista, constancia y cambio, simplicidad y complejidad, lo orgánico y lo geométrico.” En 1959, en el último Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, en Otterlo, van Eyck acompañó su discurso con un diagrama —los círculos de Otterlo— que resume su posición ante la arquitectura: lo clásico, lo moderno y lo arcaico en una relación compleja, de nosotros para nosotros. Complejidad sin contradicción en arquitectura. Dice Strauven:
Los paradigmas de las tres tradiciones unidos en un amplio círculo que representa el ámbito de la arquitectura. Este ámbito, claramente definido, está conectado con otro: la realidad de las relaciones humanas resumidas en otro círculo mediante una fotografía de los Kayapó bailando. Los cuerpos de los danzantes se unen para formar un muro humano circular o, más bien, espiral, al rededor de un centro abierto que se expande o se encoge al ritmo de la danza. La arquitectura tiene que ver con esa «constante y constantemente variable» realidad humana: no sólo con lo que es diferente del pasado sino también con lo que se mantiene similar.
En 1979, al recibir el doctorado honorario del Instituto de Tecnología de Nueva Jersey, van Eyck criticaba los ojos ciegos y los oídos sordos a lo que se había hecho en el pasado o se hacía en la periferia y se preguntaba —en el tono de aquél texto de José Antonio Coderch: no son genios lo que necesitamos ahora— si realmente hace falta un genio para evitar lo malo y lo insignificante: “¿no hay nada entre el tonto y el genio, nadie en medio para hacer las cosas bien hechas?” Y más adelante revelaba lo que, para él, es una “dolorosa verdad de la arquitectura: no cuenta sólo la buena calidad sino la suficiente cantidad de calidad. Una buena escuela en cualquier parte no le sirve al niño que necesita una aquí.” Y luego remataba diciendo que “la arquitectura no puede hacer más y nunca debe hacer menos que acomodar bien a la gente: ayudarles a llegar a casa. Del resto, de aquellos signos y símbolos de los que tanto se preocupan, ellos se harán cargo por sí mismos o, si no, es que simplemente no importa.” De ahí, tal vez, el poema de Strand que su nieto leyó en su cremación y las dos líneas del mismo que cita Hertzberger: ¿La necesidad de irse? ¿El deseo de llegar?
Para Hans Ibelings la carrera de van Eyck se puede resumir como la del arquitecto que subvirtió el pensamiento establecido al poner al lugar sobre el espacio —aunque aclara que van Eyck seguramente se hubiera opuesto a esa caracterización. Para Hertzberger, espacio y lugar no se oponen necesariamente. El lugar, dice, implica un centro de atención y la posibilidad de reconocerse: tiene algo familiar. Es un valor agregado al espacio, aunque puede ser sólo temporal, pasajero. El lugar es el sentido —uno de tantos— que se le da a un espacio. “Lo que puedes diseñar como arquitecto —agrega Hertzberger— son las condiciones que lo hacen apropiado para ser leído como un lugar.” Incluso podríamos decir, en vez de leído: escrito. Esa es la diferencia —y muy grande— entre Hertzberger (y van Eyck) y otros defensores del lugar: para ellos el lugar no existe sin el espacio y más: el lugar no lo producen los arquitectos sino los habitantes: “el espacio es la cualidad que contiene lo nuevo y que puede llenarse para hacer un lugar, de modo que espacio y lugar se pueden relacionar como «competencia» y «performance.»” El espacio y el lugar, concluye Hertzberger, “son interdependientes pues cada uno nos hace conscientes del otro y permite que el otro exista en tanto fenómeno.”
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